En
nuestras búsquedas por las hemerotecas digitales relativas a la
historia de nuestro pueblo hemos encontrado una carta de Ricardo
Baroja publicada en el Heraldo de Madrid acerca de la huelga de
fundiciones de Bera de 1930. La carta es la siguiente:
"Ricardo
Baroja.
Vera
de Bidasoa, septiembre 1930.
En
plena guerra europea los dueños de la Fundición de Hierros y
Aceros de Vera de Bidasoa vendieron la fábrica y las minas a unos
señores de Bilbao. La organización del trabajo fue completamente
patriarcal, al decir de las buenas gentes.
Los
accionistas bilbaínos pusieron al frente de la fábrica a D. Ángel
Garín, ingeniero vizcaíno, y a un contramaestre, al Sr. Gaminde.
El
patriarcalismo de esta metalúrgica estriba principalmente en
estrujar al obrero haciéndole trabajar hasta el agotamiento y en
tratarle lo peor posible, para darle a entender que posee dos
derechos indiscutibles: uno, el de romperse la crisma en provecho del
accionista, y otro, el de marcharse a su casa.
Los
obreros se sindicaron, y se estableció la jornada de ocho horas.
Entonces D. Ángel Garín
despidió a unos cuantos obreros y obligó a los que quedaban a
realizar la faena suya y la de los despedidos, y repartió la jornada
de manera muy cómoda para los jornaleros.
Cada
cuatro horas habían de entrar a trabajar, y con otras cuatro horas
podían dedicarse a rascarse las narices en sus casas, situadas a
veces a tres kilómetros de distancia.
Así
el obrero tenía la ventaja de no poder dormir; pero, además, la de
hacer piernas en el camino entre su casa y la fábrica.
A
los obreros que permanecían las ocho horas seguidas en los talleres
y se les llevaba la comida se les enviaba a consumir su pitanza al
aire libre. Allí, en la carretera, cómodamente de pie, y los días
de lluvia (aquí llueve durante las tres cuartas partes del año)
restauraban sus fuerzas debajo de un paraguas, con los pies bien
frescos metidos en el barro.
Don
Ángel Garín declaró que esta higiénica disposición había sido
adoptada porque los obreros, si comían dentro de la fábrica, podían
tener la humorada de pedir que se considerara el tiempo que se
empleaba en comer como empleado en trabajar y pedir el aumento de
salario correspondiente a este tiempo.
Esto
es sumamente curioso, porque el Sr. Garín opinaba que no se debían
pagar las horas extraordinarias de trabajo efectivo. Por fin, los
obreros, hartos de vejaciones causadas por el trato a que se les
sometía, se declararon en huelga pacífica. Cada cua1, o se marchó
a su casa o se puso a trabajar donde buenamente pudo.
Se
trató de calificar a esta huelga de revolucionaria para
desacreditarla y hasta quizá con la esperanza de meter en la cárcel
a algún huelguista y amedrentar a los demás: pero el obrero,
sensato, tranquilo, no ha dado ocasión ni a que se disparen unos
tiritos ni a que se enchiquere a nadie.
Los
obreros mejores se van marchando, pues en cualquier fábrica
metalúrgica de Guipúzcoa o de Vizcaya ganan más; otros emigran a
Francia.
El
ferrocarril del Bidasoa se arruina por la huelga; los carboneros de
la montaña se arruinan; el pueblo de Vara se arruina, y el de Lesaca
pierde horrores. Los únicos que no se arruinan son los accionistas
bilbaínos que compraron la fábrica: la amortizaron en poco tiempo y
ganaron lo que les dio la gana, machacando a1 obrero durante años y
años bajo la férula de don Ángel Garín y del sota cómitre señor
Gaminde.
Esta
es la verdad; esto es lo que pasa en Vera de Bidasoa. En Navarra no
hay Comités paritarios, y los huelguistas de Vera están
desamparados.
Los
accionistas y el ingeniero señor Garín esperan que transcurra el
verano, y cuando llegue la época de lluvias y de frío el obrero de
Vera, con todos sus pobres recursos agotados, volverá, humilde,
hambriento, desesperado a mendigar trabajo en la fábrica, y entonces
vendrán las sabrosas represalias.
Entonces
se despedirá al obrero viejo que ha trabajado durante cuarenta años
en la boca del horno, y si ocurre lo que ocurrió con el anciano que,
siendo despedido por el señor Garín, solicitó una plaza de guarda,
de peón, de cualquier cosa, en la que pudiera ganarse la mísera
pitanza, y al no serle concedida se arrojó al Bidasoa y murió
ahogado, mejor que mejor ; así la limpia de obreros viejos es más
rápida en la Fundición de Hierros y Aceros de Vera de Bidasoa.
AURELIO
GUTIERREZ
Mmmmm.! Interesante.
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